La estética y la belleza del hongo atómico, icono de la cultura visual. Atractivo por la idea implícita de destrucción, por el respeto que el temor origina. El hedonismo de las entidades desmesuradas, poderosas, el mismo que puede producir la contemplación de una tormenta o un tornado desde lejos, si se sabe que se está a salvo. La diferencia en esta ocasión reside en que el control de algo tan potente está en el hombre, lo cual produce un mayor recelo e inestabilidad. El sentimiento eterno de la humanidad, el pavor del Medioevo al juicio final, que se metamorfosea a lo largo de la historia pero siempre se mantiene en esencia, la aprensión a lo desconocido, al cese de la vida. La detonación en Hiroshima desencadena una sucesión de acciones camufladas en la serie de piezas que Nacho Martín Silva presenta. Esta devastación se contrapone a una en menor escala, quizá no provocada, y que representa el post de una acción desoladora que como resultado origina fragmentos irreconocibles o marcas imborrables, tatuajes en cuerpos falsos, artificialidad sobre artificialidad.
Una impresión de extrañeza frente a una existencia, en la que lo natural y lo simulado se funden siendo casi indistinguibles. Acostumbrados al engaño visual, al exceso de información filtrada y manipulada, a una verdad trastocada, ya no sabemos distinguir. La sensación de incomodidad, de que algo pasó, está pasando o va a pasar. El fuera de cámara, lo omitido, puede ser más perturbador que lo enfocado. Una vista general de dos realidades, la misma o varias, deja intuir la imagen de un interior. El ambiente donde se desarrolla es familiar, cercano, lo cual conlleva un mayor riesgo. Salas con papeles soplados, desenganchados en los rincones más húmedos, con muebles, con jarrones, con cajones apilados por tierra. Allí dentro había vivido gente. De la vanidad, del odio, de las migas del amor, quedaba el polvo y un triste espectáculo de esplendor y olvido1.
El Survival Town entra en juego, se diluye con la realidad norteamericana de la Guerra Fría, no muy distinta e incluso más alienante que la vida en esa falsa ciudad. La falta de identidad de los personajes que componen la escena lleva a una mayor o menor vinculación, podrían ser cualquiera, incluso nosotros. Las miradas inexpresivas, residentes absorbidos por los detalles, fragmentos que se encuentran en el resto de piezas y que ayudan a descifrar un poco más el contexto, pero a la vez lo hacen más singular e incomodo. Reliquias modernas, fracciones de una realidad irreal, donde lo artificial se camufla e incluso sustituye a lo auténtico.
María Lucía Marcote García
1 Rodoreda,Mercè. Mirall trencat. Club Editor Jove. Barcelona. 2010. (Pág. 388).