Los ojos de Melancolía miran al reino de lo invisible con la misma intensidad con que su mano ase lo impalpable. 

 

Saturno y la melancolía, R. Klibansky, E. Panofsky, F. Saxl.

 

 

Enfrentarse al discurso como obra, a la obra como excusa perfecta para elaborar el discurso y a la exposición como culminación de todo esto. Así se presentan los dos ejercicios curatoriales que Nacho Martín Silva y Dai K.S. han generado en torno al mismo espacio, a las mismas obras. Así han sentido, por separado, el efecto en conjunto de su trabajo.

No se trataba de adaptarse al espacio, no han jugado a la galería como lugar preestablecido, como imposición insalvable, sino que lo han convertido en una herramienta de su homilía. Rebuscando en los rincones han vinculado sus obras al espacio y en éstas ha aflorado esa dependencia que las ata al lugar.

Su ejercicio se sitúa entre la fina línea que otorga al curador un papel de figura indispensable en todo esto o el de charlatán insufrible que en ocasiones pretende hacernos ver lo que en realidad no existe. Generar dos discursos diferentes echando mano de las mismas obras y jugando únicamente con el espacio nos obliga a remitirnos inevitablemente a Rosalind Krauss, a la expansión del campo artístico al que se ha visto asomado el arte que seguimos considerando contemporáneo, pero que en muchos casos nos dobla la edad.

Andrei Tarkovski dirá que un libro leído ya mil veces, son mil libros diferentes1y un trabajo, resignificado por medio de un doble discurso, genera entonces dos historias distintas cuyo punto de partida es el mismo.

 

Nacho Martín Silva fija como pieza principal Jarosita, el poliedro que Dai K.S. ha extraído del grabado Melancolia I de Alberto Durero. La posibilidad de que éste fuese concebido por Durero como una piedra de alumbre y su uso, entre otros, en la elaboración del papel durante siglos, nos lleva a discernir una clara intencionalidad que lleva a los dos artistas a convertir de manera literal y sistemática sus referentes teóricos en pigmento y soporte –el papel soporta el grabado, el grabado representa el mineral imprescindible para su elaboración y el poliedro termina por estar hecho de papel-. En esa línea, Nacho Martín se aferra a la idea de la cita como origen de su trabajo y abre la exposición con una frase de Walter Benjamin [En la dialéctica histórica, toda obra integra su pre-historia junto a su post-historia; y una post-historia en virtud de la cual su pre-historia se vuelve cognoscible en tanto implicada en el cambio constante] convertida en obra y con un trazo acuoso que remarca la fluidez del pensamiento, su levedad.

Êvolovuelve a jugar con la presentación y el formato de la obra de arte. En una urna encontramos lo que podría suponer el contenido de la papelera del estudio del artista y sobre ésta, en la pared, los dibujos que representan cada uno de esos papeles arrugados y desechados. De nuevo ante el ensayo-error y de nuevo la obra muestra su origen en el ejercicio fallido que genera una suerte de diariocuyo exterior visible alberga un secreto infranqueable, a esta idea nos remite Galder Reguera en La cara oculta de la luna, al significado de la obra escondido en un punto interno que permanece aíslado. Nacho Martín otorga a Êvoloel papel de guía dentro de su discurso y así, con la trimurti establecida, el discurso echa a andar desembocando en ese estado melancólico provocado por la profunda reflexión que las obras van reflejando y que constantemente asoman al artista al abismo.

Nos embarcamos en un montaje meramente teórico que se enfrenta directamente con lo propuesto por Dai K.S., que opta por despojar a cada una de las obras de su concepción espacial inicial y comienza por descomponer las piezas Jarosita yGang bang, fijándolas a la pared como un desmontable y eliminando la tridimensionalidad que las convertía días antes en piezas claves del discurso. He aquí un firme paso hacia la ruptura con esa condición empírea de la obra, contra su condición de intocable. La transmutación remite inevitablemente a la alquimia, a la conversión de un elemento químico en otro, a un proceso cuasi mágico que en este caso no se contenta con reconfigurar el discurso por medio de la reubicación de las piezas, sino que se permite modificarlas a su antojo ocultándolas, modificando su tamaño, descartando las sobrantes o despedazándolas y suprimiendo su sobriedad inicial.

 

No es común ver a un artista zarandeando su obra, disponerla de modos diferentes buscando rellenar el hueco que falta. Es más labor de comisario y los dos lo han sabido hacer. Han elaborado sendos discursos, jugado con sus trabajos hasta configurar diferentes sensaciones. No es habitual utilizar la galería como banco de pruebas, máxime cuando en los tiempos que corren, el período expositivo se convierte en prime time e incluso las creaciones más irreverentes se cuelgan el cartel de llévame a casa. Nacho Martín y Dai K.S. han apostado fuerte y probablemente hayan acertado, o probablemente no se trate de haber acertado o no. Juan Fidalgo dirá que el artista es como un niño pobre, que quiere jugar pero tiene que fabricarse sus propios juguetes2y aquí el espacio ha sido más una arenera que una galería y por consiguiente, mucho más revelador y divertido. Revisando sus escritos, contemplando nuevamente las imágenes de los dos montajes, posiblemente no hayan contado cosas tan diferentes y su discurso haya tenido una intención más palindrómica, como su arenera. Bien.

 

1 Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo, Rialp, Madrid, 2004.

2 José María Parreño, “Juan Hidalgo”, Arte y parte nº9, 1997.