Reformular / Reconsiderar la pintura

 

 

Antonio Franco | Nacho Martín Silva | José Díaz 

Open Studio. Calle del Barco 12, Madrid

 

 

Soy de la opinión de la necesidad de facilitar el acceso al arte contemporáneo desde vías alternativas, como complemento forzoso a los museos, los centros de arte y las galerías. Es cierto que, actualmente, apenas quedan ecos de esa idea trasnochada de entender el Museo (con mayúscula) como una institución sagrada, que eleva a un pedestal intocable e inalcanzable el Arte (también con mayúscula). La erudición excede hoy en día los límites de la institución, el talento también se encuentra fuera de los “cubos blancos”, y la práctica artística tiene una vida ferviente que puede desbordarse de los parámetros más institucionales o comerciales.  

 

Por este motivo, la visita a un estudio o taller de artista siempre es apasionante. El trato directo con el creador, tener la oportunidad de conocer su lugar de trabajo y laboratorio, y, por qué no, ser un voayer de un lugar normalmente íntimo y recogido, amplía la experiencia de una visita corriente y más distante a una sala de exposiciones o una galería. Una forma diferente de ver, una percepción distinta que va más allá de las obras y nos acerca a los procesos de creación.

 

En este sentido, organizar un “Open Studio” durante la celebración de la feria ARCOmadrid tiene una fuerte carga simbólica. Y que el artista que organiza esas “puertas abiertas” invite a su vez a dos artistas afines a su forma de trabajo para mostrar sus últimas obras, le confiere un atractivo especial.

 

Es el caso del pintor Antonio Franco, quien ha propuesto a Nacho Martín Silva y José Díaz ocupar el espacio de su estudio. Tres artistas a los que les une un vínculo muy fuerte, como es la atracción de todos ellos por la pintura, por su constante reivindicación y por la necesidad de reformularla permanentemente. El estudio de Antonio Franco ofrece, además, una tentación añadida: a su taller se accede a través de un pequeño laberinto de puertas y escaleras estrechas, como si bajaras a una cueva llena de tesoros.

 

Antonio Franco (Colombia, 1961) comenzó a pintar siguiendo la estela de los neoexpresionistas alemanes de los años ochenta. Se sentía atraído por la ruptura del minimalismo y arte conceptual de los setenta y por la agresividad temática y cromática de las nuevas pinturas germanas. En parte, también le cautivaba ese culto al artista maldito, al de la bilis negra, al que sufría con su trabajo. Le interesaba el trabajo de Anselm Kiefery y Jörg Immendorff, entre otros, le apasionaba la pintura y quería llegar a ser uno de ellos.

 

Pero con el paso del tiempo, Antonio se dio cuenta que no podría alcanzar este deseo siguiendo esa estela, que su humor latino poco tenía que ver con las pinturas que estaba haciendo, que no podría llegar a ser tan buen pintor o mejor que ellos con esos trabajos y que, en definitiva, él no podría ser nunca Anselm Kiefery y Jörg Immendorff.

 

Fue ahí cuando, en el año 2000, decidió crear un alter ego, otro yo, que hablara en sus pinturas de sus dudas, dificultades y sueños de ser pintor. El juego histórico de la pintura dentro de la pintura, pero tratado con ironía desde el más absoluto respeto por la pintura como género.

 

Este alter ego que copa todas sus obras vive por y para la pintura, no puede dormir si no es con un cuadro metido en la cama a su lado, sueña con llevar sus obras a las grandes ferias y museos del mundo, y desea alcanzar un justificado reconocimiento frente a la élite cultural. Pero cuando no lo consigue, es capaz de robar la calavera de diamantes de Damien Hirst de la Tate Modern de Londres para que, al menos, le recuerden por esta hazaña.

 

Se trata de una serie inacabable que habla de narcisimo, identidad y fracaso dentro del arte desde un cinismo patético. De nuevo, es una revisión del tema académico del retrato de artista clásico, que trabaja desde la individualidad y la soledad. Formalmente, su pintura presenta un inusual recargamiento estético, con un uso excesivo de materia. Su excéntrica viscosidad le confiere un carácter casi escultórico a sus lienzos, donde los pegotes de pintura muchas veces se mezclan en la tela y no en la paleta.

 

En sus dibujos y vídeos, Antonio traslada sus inquietudes de pintor. Los carboncillos de gran tamaño recrean este personaje de tebeo con fondos dramáticos y cielos tormentosos al estilo de la pintura flamenca, donde incorpora iconos del arte como las formas arquitectónicas del Museo Guggenheim de Nueva York o las pancartas publicitarias que comunican a gritos “Art could be good!”. La ironía de sus vídeos es patente, donde maquetas en papel de grandes museos contemporáneos son aplastadas por las ruedas de los coches que pasan por encima.

 

Nacho Martín Silva (Madrid, 1977) también se autodefine como pintor y lleva a la pintura diferentes imágenes de la realidad. En su trabajo investiga constantemente la “representación” de las imágenes fotográficas (representación entendida como imagen o idea que sustituye a la realidad). Y las referencias a la historia del arte también son continuas.

 

Al igual que hizo con su serie de retratos “1937”, donde partió de imágenes de archivo en blanco y negro de 73 pintores para realizar sus lienzos, el proyecto que presenta en el estudio de Antonio Franco vincula el tiempo y la memoria. En este caso son tres piezas que representan a tres mujeres de gran relevancia en la vida de Pablo Picasso: la escritora y mecenas estadounidense Gertrude Stein; la bailarina rusa Olga Kokhlova, primera mujer del artista; y la artista y su amante Dora Maar. Aunque la pintura de Nacho Martín mantiene la oscuridad de los referentes originales, incorporando manchas y pinceladas de color que deforman los rostros, las fuentes son reconocibles.

 

En el caso de Gertrud Stein, Nacho realiza otro retrato del personaje. El juego de doble espejo que la imagen fotográfica de 1922 ya poseía, al mostrar a Gertud Stein al lado del retrato en pintura que le realizó Picasso en 1906, se multiplica con esta pintura. Un retrato fotográfico que demuestra el orgullo de la mecenas junto a la obra de arte (como el artista que no puede dormir si no le acompaña su cuadro en la cama). Con este nuevo retrato pictórico de la escena, Nacho Martín se traslada a la época, al momento en que Picasso termina su periodo rosa.

 

Otras dos referencias fotográficas componen el díptico de Dora Maar, dos imágenes que muestran escenas cotidianas (leyendo, fumando), aunque preparadas de antemano (Dora sabía que estaba siendo fotografiada). Los óleos de Nacho son un nuevo ejemplo de la pintura dentro de la pintura. Por último, la reinvención del cuadro “Olga Kokhlova con mantilla”, pintado por Picasso en 1917 donde “españoliza” a la bailarina, mantiene el tratamiento plástico que el resto de sus pinturas: el componente documental y de archivo queda subvertido al acto pictórico.  

 

Por lo tanto, Nacho Martín, al igual que Antonio Franco, también redefine el concepto de pintura, con proyectos que intentan desacralizar la obra de arte. Aparte de estas piezas, se puede ver en su web el work in progress “El Gran Estudio” (elgranestudio.wordpress.com), donde el público participa en el proceso de creación convirtiendo al artista en el medio. Es la suma de las participaciones de los espectadores las que dan sentido y cohesión al proyecto, haciendo referencia al “Templo de la pintura” imaginado por Lomazzo en el siglo XVI, traído al momento actual de hiperreferencialidad visual. Como él mismo dice, “se crea una intención de seguimiento al mundo de la creación artística por parte del público, sin duda con una intención de popularizar el arte y alcanzar la fama”.

 

José Díaz (Madrid, 1981) se enfrenta a la pintura desde otro prisma diferente. Trabaja normalmente con la suma de capas o escenas en una misma imagen, como si se vieran, al trasluz, diferentes diapositivas pegadas. Esta suma de planos de pintura puede recordarnos a una reinterpretación de paisajes clásicos, donde la composición y la estructura han perdido su eje, y donde la profundidad no se consigue con perspectiva, sino con superposición de “estratos” de pintura.

Las formas orgánicas, vivas, como nubes que van cambiando, se intercalan con elementos reconocibles como caligrafías en diferentes idiomas, pictogramas, algunos rasgos humanos y ciertos mecanismos propios de la era digital. No es casual, por tanto, el nombre que da a sus cuadros, sacados de Internet a partir de los “captcha", definidos “como una prueba desafío-respuesta utilizada en computación para determinar cuándo el usuario es o no humano”.

 

“Effects enripp”, el cuadro de gran tamaño que presenta en el taller de Antonio Franco, pertenece a la serie “Tiranosaurio”, compartiendo con el resto de sus obras un único elemento común, el de las formas triangulares, a medio camino entre dentelladas y montañas picudas.

 

Esta pieza es un buen ejemplo para ver tanto la fuerza que tienen sus obras como el sentido del humor del artista. “Effects enripp” puede representar una cueva prehistórica, el interior de las fauces de un dinosaurio, el túnel del metro o las calles de su barrio de noche. No me he resistido a probar el sistema de búsqueda por imágenes de Google, todavía muy precario, para rastrear visualmente imágenes similares al cuadro “Effects enripp”. El resultado es interesante, destacando las máquinas de un gimnasio, una vitrina con orfebrería religiosa, lo que parece ser una habitación de hotel de lujo japonés, las salas de un aeropuerto y un film still de la cadena de televisión americana CNN…

 

Javier Martín-Jiménez